A B O U T                                            W O R K S H O P                                            S H O P                                           



10.14.2025

De pinceles olvidados







 

Mucho se habló de mí, pero poco se sabe de lo que pasé. A través de ti pude cobrar voz… esa voz que perdí por años, aquella vez.

Palabras de E.

Así comenzó la tarde del 13 de octubre de 2025, a las seis en punto. De la nada, tomé aquel libro con una hermosa dedicatoria a mi nombre PARA MI CHICA SUPERPODEROSA. Sin saber por qué, la página 111 estaba doblada. El título: El gran ausente. Sentí un nudo en la garganta y unas ganas intensas de vomitar. De pronto, escuché dentro de mí una voz desconocida, como si mi mente tuviera eco propio.

Fue en octubre de 2019 cuando fui a la casa de una amiga muy querida. Ella, sin saberlo, era un reflejo de mí misma… o al menos de lo que en ese momento creí que sería mi futuro.

Quietapina, Escitalopram, Rize… —susurraste en mi oído—. Qué hubiese sido de mí si alguno de estos medicamentos hubiera existido en mi época… No sé si otro gallo cantaría, pero al menos no le habría hecho pasar el infierno que le hice a la mujer que tanto amé.

—No sé si tengo permiso —te dije.

—Yo diría que no —me respondiste.

Mi espalda se volvió rígida y la presión en la cabeza se hizo tensa. “Deberías descansar”, me dijiste con suavidad, “pero yo entiendo lo que viviste”.

De niña jugaba sola, conversando con las sombras de mi habitación. Siempre deseaba dormir con la luz encendida, porque mis sueños eran tan vívidos que a veces confundía la realidad con ellos. Mi abuela decía que tenía un don. Yo pensaba que más que un don era una maldición: temía cerrar los ojos y sumergirme en esa oscuridad donde los fantasmas movían mis juguetes.

Retrocedo. Avanzo. Vuelvo al presente.
Camino entre tu historia y la mía.
Yo sé que ella no te quiere escuchar… y no hay nada más asfixiante que no ser escuchado. Por eso decidiste ahorcarte.

En la casa estaban tus pinturas, esas que me hiciste señalar con tanta rabia. Lo único que buscabas era que ella te escuchara. Querías pedirle perdón por tantos años… pero se negó. Hasta que llegué yo, sin saber que aquello que de niña me atormentaba no eran sueños, sino verdaderos fantasmas intentando hablar.

En ese momento comprendí que solo era un instrumento de comunicación. Me desvanecí. Grité. Me desesperé. No entendía lo que ocurría. Solo quería irme. Desconcertada, miraba a aquella mujer que admiraba. No tenía idea de quién era ni de su historia, pero tú me la mostraste como si fuera una película viva: imágenes potentes, llenas de rabia, de cosas que querías decir aun después de muerto. No la dejabas descansar.

Hoy el libro me llamó.
“Léelo, por favor”, me susurraste.

Mi mañana comenzó en el asiento del psiquiatra, pidiendo ayuda. Me negaba a estar ahí una vez más. Creía que esa etapa estaba superada. Pero leí el cuento, el tuyo. Querías que lo hiciera hoy. Porque, de alguna manera, fuiste un mentor. Después de nuestro encuentro en 2019, mis ganas de pintar se transformaron en necesidad. Nunca tuve tu talento, pero nos hicimos amigos gracias a tu consejo:

—Ni se te ocurra, Laura… no lo vuelvas a hacer.

Me tocaste la pierna y grité con tanto miedo que pensé que esa noche me internarían. “¿A quién le pido ayuda?”, balbuceé. C me miraba sorprendida, temblando. “Necesito abrir un vino”, dijo, y anotó un número de teléfono. “Llámala”, me indicó.

Mi vida nunca volvió a ser la misma. Entendí que debía hacerme cargo de algo superior a mí. Tomé un pincel y comencé a pintar al óleo. Lo dejé, como suelo dejar las cosas cuando me disperso. Podría contar las historias más tristes, pero tú me enseñaste a no decaer. Hoy te haces presente.

Puedo ver tu piel morena, tu sonrisa serena, tu traje de lino, tu cabello negro. Aun arrepentido y enamorado de aquella mujer a la que tanto hiciste sufrir… y a la que, sin saberlo, yo ayudé a que pudieras hablarle después de años de silencio.

—Busca un poema de Gabriela Mistral sobre el suicidio —me dices.

Accedo al buscador. Para mi sorpresa, me pides que no entre en detalles dolorosos, pero que deje el poema como mensaje… una clave que solo ella entenderá.

Copio el poema:

Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.

¡Se te va todo, se nos va todo!

Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.

Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.

Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos!

¡Se nos va todo, se nos va todo!

El dolor en mi garganta desaparece. La necesidad de escribir estas palabras también.
“Estamos a mano —me dices—. Hoy te devuelvo el tesoro de vivir y avanzar. Estoy orgulloso de ti”.

Aún recuerdo la mirada de D en Barcelona, las ganas de abrazarlo. Y ni hablar de S en Granada… verlos y sentirlos a través de ti. ¿Cómo no devolver la esperanza en las palabras?

Para E,
el gran ausente, maestro y artista.

Que sin este encuentro probablemente yo misma no estaría viva.

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